Por Jen Mulini, para Yo También.
La presencia de Bad Bunny, a quien Apple Music nombró “Artista del Año 2022”, en Ciudad de México detonó tal efervescencia que las personas con discapacidad no nos sustraímos a ella; así que el viernes 9 de diciembre asistí junto a dos de mis amigas al estadio Azteca, a la primera fecha de uno de los conciertos más esperados del año, el World’s Hottest Tour, y fue una experiencia llena de dualidades.
Por una parte el miedo y estrés por la cantidad excesiva de personas que habían asistido. la avenidas Tlalpan y Periférico paradas totalmente, llantos, intentos de portazos, detenidos, chicas desmayadas, muchas infancias y personas con discapacidad (pcd) entre la multitud con un solo objetivo: pasar con el boleto comprado y esperar que no hubiera sido clonado, como se reportaba en redes sociales.
Y por otra parte, la esperanza de estar presente en el concierto de uno de los exponentes musicales del reguetón más importantes, con mis amigas, cantando juntas las canciones y bailar en una fiesta con miles de fanáticos más.
Después de más de 4 horas de trayecto del centro de la Ciudad de México al estadio Azteca, llegamos a la puerta 7 del estacionamiento como lo especificaban nuestros boletos recientemente adquiridos en Ticketmaster.
Avanzar 50 metros entre la multitud siendo usuaria de silla de ruedas y junto a mis amigas que iban abriendo paso, nos tomó media hora y una vez frente a la entrada nos dijeron que por ahí no había acceso, así que tuvimos que regresar para atender la indicación de buscar otra entrada, entre cristales rotos y una multitud que gritaba ¡Queremos entrar! Una de mis amigas se acercó al personal de control del estadio y nos brindó la atención para abrirnos una valla metálica y dejarnos pasar entre la basura para acceder al inmueble.
Una vez que nuestros boletos fueron escaneados y aprobados, personal con playeras azules y logo de silla de ruedas se nos acercó, nos pidieron mostrar en qué área nos había tocado y nos comentaron que no estaban haciendo reubicaciones y aclararon que en la zona de pcd solo se puede ingresar con un acompañante.
Como atención, una chica de control nos acompañó hasta la entrada de la rampa 7, que paradójicamente comienza en escalones. Y ahí tuvimos que pedir ayuda para subir los más de 20 peldaños y, una vez más, nos checaron los boletos.
Necesité ayuda para subir la rampa de dos niveles de una inclinación muy pronunciada y una vez que llegamos a las entradas por área asignadas, habían más escalones y volvimos a pedir ayuda.
Llegamos justamente mientras sonaba la primera canción “Moscou Mule” y la euforia estaba al máximo. Mis amigas intentaron pedir apoyo para que nos pudieran acomodar en nuestro lugar, pero no había forma de que pudiéramos acceder a ese sitio, todo estaba lleno y, además teníamos que bajar escalones y 10 lugares hacia abajo y luego 23 hacia la derecha, en espacios diminutos en el que mi silla de ruedas no tenía cabida.
Así que nos quedamos en el borde, sin protección. Los asientos estaban en la parte de abajo de mi silla de ruedas. ¡Me dio miedo ser empujada y lastimarme! La falta de empatía de los demás asistentes no me permitía ver nada, hasta más tarde cuando una pareja me permitió estar a su lado y pude ver el show del “conejo malo”.
El show de las luces sincronizadas en las pulseras que debieron entregarnos al entrar era espectacular y después de una odisea de casi 5 horas, estábamos ahí cantando a todo pulmón y bailando juntas los éxitos como «Me porto bonito», «Safaera», «Calladita», «Te boté», «Andrea», «Yo perreo sola» y muchas más en las aproximadamente 3 horas de concierto, entre invitados y las intervenciones de Benito Martínez (nombre del intérprete boricua) que no dejaban de alentar el ambiente de fiesta en las más de 70 mil personas. Fue un sueño cumplido en medio de tanto caos.
Cuando la euforia bajó un poco pude ver en la cancha en la parte de atrás, que estaba el área de personas con discapacidad y había solo cinco personas con acompañantes. ¡Inaudito!
A la salida, decidimos adelantarnos un poco a la multitud, tuvimos que volver a pedir ayuda, bajar la rampa, volver a pedir ayuda para bajar los escalones a la entrada de la rampa 7 y me encontré con al menos cuatro usuarios de sillas de ruedas, un chico ciego y su acompañante, cuatro personas con muletas y varios más con bastón.
》Mira el vídeo aquí:
https://www.instagram.com/reel/CmDArH7pfJe/?utm_source=ig_web_copy_link
¿En dónde estaban ubicados si el área de personas con discapacidad estaba prácticamente vacía?
Logré entrevistar a una familia que llevó a Liam, un niño de 10 años en su silla de ruedas, y me compartieron que no lo dejaron pasar con la silla de ruedas. Su hermano tuvo que cargarlo desde la entrada hasta sus asientos y su papá los esperó afuera con la silla de ruedas. Una acción completamente indigna e inaceptable.
Pero, con todo y los desafíos para llegar, acceder y disfrutar del concierto, el show del “conejo malo” fue muy bueno, incluso voló en una plataforma con una palmera y todas las canciones que cantó fueron coreadas por los asistentes; sí fue uno de los conciertos que no olvidaremos fácilmente.
》En conclusión, ¿de qué sirve que se coloquen áreas para personas con discapacidad?
Si no hay información al respecto. Si comprar los boletos para estás áreas no es sencillo, no tienen los ajustes razonables para hacerlo y tampoco hay un acompañamiento seguro en el inmueble por parte de los organizadores; ninguna atención telefónica e incluso preguntando directamente en el estadio Azteca solo comentaron que la entrada era por la puerta 7, lo que no fue real.
Además sin una ruta accesible, sin interpretación en Lengua de Señas, sin guía podotáctil y con una completa desorganización y falta de capacitación al personal de atención para personas con discapacidad.
Lo anterior muestra, nuevamente, que OCESA -la empresa organizadora de este y casi todos los espectáculos masivos que llegan a la ciudad- no tiene una perspectiva sobre la discapacidad. Solo cubre cuotas.
La realidad es que hay mucho por mejorar y que las personas con discapacidad podemos asesorarlos de cómo vivir una experiencia accesible, incluyente y digna. Porque también pagamos por los boletos, somos clientes y no estamos pidiendo caridad ni favores; las personas con discapacidad también tenemos derecho al entretenimiento en igualdad de condiciones.