Antes y después de Otis

Por Miguel Ángel Millán

* Miguel Ángel Millán es interventor educativo con discapacidad y asesor en tecnología adaptada.


Era una tarde del día lunes 23 de octubre del 2023. Había varios planes para el fin de semana: viernes y sábado de celebrar el día de San Judas en casa de familiares y amigos, el domingo, cumpleaños de un buen amigo. Todo apuntaba a ser un fin de semana perfecto. Nadie imaginaba lo que estaría por suceder:

Uno de los fenómenos meteorológicos más devastadores de la historia de Acapulco, el huracán Otis de nivel 5 en la escala de Saffir-Simpson. 

Dos días antes había la alerta del desarrollo de un huracán que de cierta manera no representaba un peligro tan grave para el puerto de Acapulco. “Nada que no haya ocurrido antes”, pensaba la población, sin embargo, en cuestión de las últimas horas antes de tocar tierra, aumentó su magnitud rápidamente y de forma alarmante. 

A través de redes sociales las autoridades alertaban a la población del peligro que representaba este fenómeno natural, que en comparación con el huracán Paulina (1997) de categoría 2 y sus daños que permanecían en la memoria de los acapulqueños, éste podía ser por mucho algo más peligroso.

En la tarde del día martes 24, con una llovizna presente, algunas familias hacían compras de alimentos y algunas cosas indispensables para sobrellevar la entonces tormenta, considerando que con suerte sólo se tratara de algunos días de lluvia intensa para después continuar con su cotidianidad.

Ya en casa y resguardado en la seguridad imaginaria que brindan mis cuatro paredes, mi pareja y yo nos disponíamos a consumir un atole de chocolate cocinado en una parrilla eléctrica que empezaba a tener cortes de energía. Por medio del celular se leían algunas publicaciones de nuestras amistades que compartían memes acerca de que se habían quedado sin luz y de que era hora de prepararse para lo que se avecinara. 

Pronto el servicio de internet y telefonía se suspendieron, los vientos empezaban a escucharse un poco más intensos y la oscuridad se hizo presente. Lo que parecía un fenómeno natural ordinario, pronto demostró que era un cataclismo. 

Nunca en mi vida había experimentado vientos tan intensos, parecía que querían tumbar el edificio donde vivimos. Las ventanas retumbaban y parecía inevitable que estallaran en pedazos. La puerta tuvo que ser atrancada con un sofá, porque el monstruo de agua y viento insistía en entrar a nuestra vivienda.

Mientras tanto, mi pareja y yo ya no podíamos consumir tranquilamente nuestro atole, cada trago iba acompañado de una callada preocupación y expectativa de qué tan grave podría llegar a ser. Aquello parecía interminable y las plegarias eran interrumpidas por los ruidos de las cosas cayendo de los techos y golpeando contra otras cosas, cristales rotos minuto a minuto. Cansados de estar alerta, a mitad de madrugada, lo único que nos restó por hacer fue colocar el sofá en medio de la cocina para resguardarnos y evitar que, en caso de estallar alguna ventana, no nos alcanzaran los vidrios. 

Cómo envidiaba la tranquilidad de mi perro guía (Ruger) en ese momento sólo parecía preocuparse, en ocasiones, por ver nuestra reacción.

Una vez que parecía que los vientos ya habían bajado su intensidad, con mi pareja nos dispusimos a salir en medio de la noche, pero apenas y se divisaban algunos cristales rotos en el suelo y el viento de vez en vez amenazaba con seguir con su destrucción.

Fue hasta la mañana del miércoles 25 de octubre que las afectaciones eran visibles alrededor. Lo que mi pareja me describía era parecido a un tiradero de basura. Árboles caídos, tapaderas de tinacos por doquier, antenas de televisión satelital entre los autos y un río que corría en medio de la calle que parecía irreal.

No me imaginaba lo que había pasado más allá de mi calle, pero aún no lo descubriríamos hasta que fuera seguro transitar. Postes de luz tirados por donde sea, árboles derribados encima de las bardas y autos e incontables ventanas rotas; un escenario algo más parecido al paso de un tornado.

Pero por si la situación no fuera ya de por sí complicada, se empezaban a correr rumores de saqueos en las plazas y tiendas comerciales: como si se tratara del apocalipsis las personas sin diferencia de género, educación o nivel socioeconómico empezaron a romper los accesos a los comercios, llevándose a su paso todo lo que quisieran, el comportamiento humano era algo más parecido a una bandada de simios desesperados por arrancar de los establecimientos todo lo que pudieran. 

Nada se salvó. Ni el más mínimo producto, ni las lámparas del techo, los tapetes del piso, hasta los basureros fueron arrebatados.

No podía entender cómo la sociedad en su mayoría realizó este tipo de acciones como si hubiese pasado un mes de hambruna, no había pasado ni una hora de aquel suceso natural, cuando en la mente de las personas no estaba pensar si sus familiares estaban bien, o si había gente que necesitara ayuda de los más cercanos; lo que estaba presente era el deseo de entrar a la tienda más cercana y llevarse lo que tuviera más valor posible.

Hay quien se justifica mencionando que quienes abrieron los establecimientos a la fuerza fueron los criminales, o como aquí se les conoce, “los malos”. Pero en todo caso, ¿Por qué ser partícipe de lo que sabes que está mal? ¿Por qué llevarse cosas que no necesitabas? ¿Por qué dejar sin suministros a toda una población?.

Como consecuencia de estos actos se percibía una sensación de caos y la criminalidad se manifestó con total libertad e impunidad en cada rincón de la ciudad. Aprovechándose de la falta de luz y de las telecomunicaciones, los ladrones atrincheraron colonias enteras, entraban a las viviendas con o sin habitantes, robaron coches de los ciudadanos, de los establecimientos y hasta de visitantes que venían a dejar apoyo a la población.

No había autoridad suficiente para hacer frente a ello, llegaron a tal descaro de romper cajeros, saquear tráileres completos de sus despensas o mercancías; ni las gasolineras se salvaron, ellos eran quienes tenían el control sobre todo.

Han pasado ya dos semanas de la catástrofe y lamentablemente algunas de las cosas anteriormente descritas no han cambiado, en la radio y televisión nuestros gobernantes presumen muchos avances en la restauración de la ciudad o hasta se han atrevido a minimizar las afectaciones del huracán, pero la población de Acapulco vive aun la ausencia de autoridad, la falta de luz eléctrica y no se diga algo tan vital como el agua potable, sobre todo en las zonas no turísticas del puerto. 

Muchas de las necesidades ni siquiera pueden ser expresadas debido a que el internet y la telefonía son escasos.

El paso del huracán Otis ha dejado una nueva marca en la memoria de los ciudadanos acapulqueños, sin duda habrá un antes y un después del mismo, no sólo por la destrucción a hoteles emblemáticos o por la cantidad de hogares damnificados, sino también por el colapso social y económico que todavía se está resintiendo. 

Algunas cadenas comerciales han comunicado que debido a los saqueos injustificados ya no abrirán nuevamente, dejando a parte de la población sin empleo y con ello, aumento de los niveles de inseguridad.

En cuanto al aspecto turístico, está por verse si el Puerto de Acapulco aún sigue representando algo atractivo para el tipo de turista que se hospeda en hoteles, consume en restoranes y no sólo para el turista que se queda en casas de acampar y compra cervezas en el OXXO.

Lo que es innegable es el aumento en la temperatura del medio ambiente en la ciudad, producto de la caída de gran número de árboles que junto con el cambio climático global, de acuerdo con la comunidad científica, puede producir más fenómenos naturales de magnitud semejante en el futuro próximo.

 La educación pública es otro de los aspectos que han sido afectados, volviendo marginal lo ya de por sí marginado. Hay gran cantidad de escuelas dañadas en todo Acapulco y Coyuca de Benítez y sin acceso a los medios de comunicación, se puede considerar otro ciclo escolar perdido, sumado a los años que el Covit 19 repercutió.

Sin duda, habrá un antes y un después de Otis…

Síguenos en redes sociales:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Facebook
Twitter
Instagram