Reclamando mi derecho al espacio público. Una narrativa de resistencia

Por Abigail Santamaría Arroyo

* Abigail Santamaría Arroyo es licenciada en derecho por la Universidad Autónoma de Guerrero (UAGro), su enfoque es el feminismo y actualmente estudiante de la maestría en derecho. Abigail ha escrito un artículo de divulgación titulado «Violencia feminicida: ¿sabe cómo detectarla?» que ha sido publicado en la Universidad Nacional de Colombia.


Soy una mujer de 32 años, abogada con un enfoque feminista, que procura ir por la vida dejando un mensaje positivo y generar conciencia social en las personas con las que se cruza. He tenido la fortuna de recibir capacitaciones, cursos y diplomados sobre la violencia que día con día sufrimos las mujeres y niñas en México. 

En mi trabajo más significativo, tuve la oportunidad de brindar acompañamiento a las víctimas en denuncias por violencia familiar, abuso sexual infantil, y cada historia era más desgarradora que la anterior, pero gracias a la formación que me fue otorgada, tuve las herramientas para, en la medida de mis posibilidades, hacerlas sentir seguras, contenidas y respaldadas, además de ayudarlas a lidiar con la carga emocional que llevaban a cuestas por el episodio de violencia que acababan de sufrir.

Hace unos días fui víctima de abuso sexual en la calle, a plena luz del día (eran aproximadamente las 2:00 p.m.) en una de las avenidas más transitadas de Chilpancingo, la capital del estado de Guerrero. Decirlo así, suena bastante fuerte, pero al contar mi historia y externar la angustia que este episodio me ocasionó, encontré que esta fue minimizada.

Desmitificando el abuso sexual

De acuerdo con el Código Penal para el Estado de Guerrero en su artículo Artículo 143, comete el delito de Abuso sexual “Al que, sin consentimiento de una persona, sea cual fuere su sexo y sin el propósito de llegar a la cópula, ejecute en ella un acto erótico sexual o la obligue a ejecutarlo

En el mismo Código estipula que  “se entiende por acto erótico sexual cualquier acción lujuriosa como tocamientos o manoseos corporales obscenos, (..)”

“Sólo fue una nalgada”, “con todo lo que está pasando en la ciudad, lo que acaba de sucederte es nada” escuché decir a las personas que tomaron un papel activo y me apoyaron, interviniendo cuando vieron a mi agresor darme un golpe en el trasero y a mí, reaccionar y enfrentarlo. 

Hubo una reacción inicial de enojo de mi parte, ira que durante años hemos contenido las mujeres y niñas, porque las niñas deben permanecer calladas; gritar no es algo propio de mujeres, maldecir, decir obscenidades y ni siquiera hablemos de enfrentar a tu agresor. 

Esos dos seres humanos que me ayudaron, de manera accidentada y segura estoy que, con todo el ánimo de hacerme sentir mejor, buscaron justificar a mi agresor “es que quizá iba drogado” dijo uno, “debes ir más alerta, si no hubieras llevado esos audífonos, quizá no te habría agredido” sentenció el otro, de manera inocente.

En todos los escenarios en los que las mujeres sufrimos algún episodio violento, nosotras resultamos ser responsables. Me escuché preguntar, “¿por qué me agredió? Mi vestido no es provocador, sólo estoy caminando” y entendí que no importa cuán instruida pudiera estar con conocimiento técnico, nunca se está preparada para algo así y siempre iban a resonar en mi cabeza los prejuicios impuestos y la culpa recaería siempre en mí, porque desgraciadamente, nací siendo mujer en un país como este.

El 45.6% de las mujeres han sido agredidas en el espacio público al menos una vez en su vida en México, informa la informa la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2022 (INEGI). El reporte indica que, del total de agresiones, 42% han sido de tipo sexual.

¿Es la primera vez que me pasa? No. La ocasión anterior (porque desgraciadamente son varias), estaba comprando acompañada de mi mamá, era mediodía y cuando pasó, una señora se atrevió a reírse y decir “es que quería comprobar si eran reales”. Sí, una mujer y no, no creo que “una mujer es la peor enemiga de otra mujer” pero me hizo entender lo arraigado que está en muchas y muchos de nosotros el machismo, al grado que a ellos se les excusa de abusar de nuestros cuerpos.

¿Se sintió como abuso sexual? Absolutamente, mi cuerpo fue vulnerado públicamente, sin consecuencia alguna para el agresor, sabiendo que podía tomar mi cuerpo como un objeto, y una vez complacido su morbo, huyó del lugar sabiéndose impune.

De sobrevivir a florerecer: rechazando la culpa

Un día después de sufrir mi agresión, para salir a la calle quise buscar la ropa que menos me “favoreciera” para no “provocar” un nuevo ataque, para “no dar motivos” para ser violentada. Quise quemar la ropa que usé el día de mi agresión, quise no volver a recorrer la calle donde me pasó, quise largarme de esta ciudad.

Y decidí que no podía dejar que hombres como el que me agredió ganaran, no iba a permitirles que me quitaran las ganas de sentirme bonita, de salir a la calle con la confianza de que camino segura y que el espacio público es tan mío como de ellos.

Miles de mujeres en México sufrimos violencia: en la vía pública, en la escuela, en el trabajo y más comunmente en el hogar, y todas y cada una de nosotras lidiamos con el dolor, el resentimiento y la vergüenza (sí, porque nos enseñaron a sentirnos culpables por sufrir violencia) a nuestra manera y en la medida de nuestras posibilidades con las herramientas que tenemos a la mano.

Sufrí un ataque de ansiedad y al llegar a casa, el llanto era incontrolable. Hablé con mi hermana, mejor amiga y posteriormente con mamá, todas ellas viviendo en distintas ciudades y fui contenida por una red de apoyo impresionante que me llenó de amor y comprensión, pero, ¿qué pasa con todas esas mujeres y niñas que no son conscientes que sufrir un episodio violento en cualquiera de sus tipos y modalidades, no es culpa suya? 

¿Qué pasa con las miles de mujeres y niñas que son acosadas todos los días en las calles con miradas y comentarios lascivos? ¿Qué pasa con ellas que en las escuelas sufren de molestas opiniones sobre su forma de sentarse o usar una falda? ¿Qué escuchan “chistes” sobre sus cuerpos y su ropa? ¿Quién les da las herramientas para comprender que no tiene nada que ver con la forma en la que visten, el tipo de cuerpo que tienen, si toman de más, si salen mucho? ¿Quién les dirá que NO FUE CULPA SUYA SER ACOSADAS Y AGREDIDAS SEXUALMENTE?

Desde muy pequeñas nos han enseñado a guardar silencio y esto ha permitido que aquellos hombres que se sienten con derecho a opinar sobre nuestro cuerpo y a tomarlo para su satisfacción, se sepan libres de dañarnos sabiendo que gozan de una complicidad no escrita pero pactada en secreto en nuestra sociedad.

Este artículo tiene la esperanza de llegar a todas esas mujeres y niñas que han sido abusadas en algún momento de su vida, sin importar si fue un “piropo” que las hizo sentir incómodas o un tocamiento, su enojo y dolor son válidos y no hay abuso más pequeño que otro.

Encontrarán obstáculos al externarlo, incluso en familia y amistades que minimizarán lo que les pasó y no entenderán su molestia, su rabia, su miedo, su asco, sepan que tienen todo el derecho a tener todas estas emociones, a enfrentar a sus agresores, a pedir ayuda, a no temer a transitar libremente por las calles y a usar su voz, a no callar nunca más, porque mientras más fuerte gritamos, los agresores más rápido huyen temerosos sabiendo que nuestro cuerpo sólo nos pertenece a nosotras y calladitas, nunca más.

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