El verdadero problema no radica en la palabra «discapacidad» en sí misma, sino en cómo la sociedad percibe y trata a las personas con discapacidad.
Por Miguel Ángel Millán*
* Miguel Ángel Millán es interventor educativo con discapacidad y asesor en tecnología adaptada.
En los últimos años, hemos visto una creciente tendencia a suavizar el término «discapacidad» con expresiones más amables como «personas con capacidades diferentes» o «diversidad funcional». Aunque estos términos pretenden ofrecer una perspectiva más positiva, a menudo terminan invisibilizando las necesidades reales de quienes viven con discapacidad.
**La intención detrás de las palabras**
Es innegable que la intención detrás de términos como «diversidad funcional» es buena. Quienes los proponen buscan reducir el estigma y resaltar la variabilidad de las capacidades humanas. Sin embargo, estas palabras pueden desviar la atención de los desafíos diarios que enfrentan las personas con discapacidad.
Consideremos a Juan, un joven con parálisis cerebral. Decir que Juan tiene «capacidades diferentes» no cambia el hecho de que su entorno a menudo no está adaptado a sus necesidades. Los problemas que enfrenta no se solucionan simplemente con cambiar la terminología. Lo que Juan y muchas otras personas necesitan son rampas accesibles, tecnología adaptativa y un sistema educativo inclusivo, no una palabra más bonita.
**Reconocer la realidad, no esconderla**
El verdadero problema no radica en la palabra «discapacidad» en sí misma, sino en cómo la sociedad percibe y trata a las personas con discapacidad. La discapacidad es una realidad compleja, influenciada tanto por las dificultades físicas como por un entorno que muchas veces no es inclusivo.
Por ejemplo, María, una mujer ciega, encuentra diariamente obstáculos en la ciudad debido a la falta de señalización en braille o semáforos sonoros. No importa cómo la llamemos, su realidad seguirá siendo complicada si no se toman medidas concretas para mejorar su entorno. Invisibilizar estos problemas con terminología eufemística no ayuda; es más importante que la sociedad reconozca estas barreras y trabaje activamente para eliminarlas.
**Más allá de las palabras: el trato humano**
Lo fundamental no es cómo llamemos a la discapacidad, sino cómo tratamos a las personas con discapacidad. Es crucial que nos enfoquemos en brindar un trato digno, accesible y respetuoso. La connotación positiva o negativa de la palabra «discapacidad» no proviene del término en sí, sino de la percepción y el trato que la sociedad construye alrededor de ella.
Para ilustrar esto, pensemos en Ana, una niña con síndrome de Down. Lo que marcará la diferencia en su vida no es que la llamemos «niña con capacidades diferentes», sino que sus compañeros y maestros la traten con respeto, la incluyan en todas las actividades y adapten el aprendizaje a sus necesidades. La verdadera inclusión se basa en acciones, no en palabras.
**Reflexión final**
La discapacidad no define a una persona. Antes de todo, somos personas con gustos, deseos, defectos y virtudes. Lo que realmente importa es construir una sociedad inclusiva, donde todas las personas, con o sin discapacidad, puedan vivir plenamente y participar en igualdad de condiciones.
Recordemos que cada persona es un individuo único. Más allá de cualquier término, lo que realmente cuenta es cómo nos relacionamos y nos apoyamos mutuamente. La inclusión no se logra con palabras bonitas, sino con acciones concretas y un trato humano. Solo así lograremos una sociedad donde todos, sin importar nuestras diferencias, podamos vivir dignamente.