*Si no hay confianza en que las autoridades pueden mantener el orden, cada tormenta será vista no solo como un desastre natural, sino como el preludio de un nuevo caos.
Por Miguel Ángel Millán*
* Miguel Ángel Millán es interventor educativo con discapacidad y asesor en tecnología adaptada.
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Se acerca el primer aniversario del huracán Otis, y con nuevas amenazas de ciclones tropicales en el horizonte, parece que el trauma de aquel desastre natural sigue presente. Para muchos, las alertas significan resguardarse en sus hogares con el temor de volver a ser afectados. Para otros, representan la oportunidad perfecta para repetir los saqueos que dejaron a Acapulco en ruinas, reviviendo un caos que no hemos superado.
Otis fue uno de los huracanes más devastadores en la historia del puerto. Lo que comenzó como una tormenta de categoría baja rápidamente se convirtió en un monstruo de categoría 5 que arrasó con todo a su paso. La destrucción de hogares, negocios y servicios básicos dejó a la población en una situación crítica, pero el verdadero golpe vino después: cuando la desesperación y el miedo dieron paso a la anarquía.
En las primeras horas tras el huracán, la falta de electricidad, agua y comunicaciones hizo que Acapulco se convirtiera en tierra de nadie. Lo que debía ser un momento para ayudarnos y unirnos, se transformó en un espectáculo vergonzoso: saqueos masivos en tiendas y supermercados, familias llevándose televisores, electrodomésticos, y cualquier cosa que pudieran cargar, mientras la policía se veía desbordada y sin capacidad de respuesta. No había diferencia entre ricos y pobres, todos parecían dispuestos a aprovechar la desgracia para sacar lo que pudieran.
Hoy, casi un año después, el puerto sigue luchando por levantarse. Muchas empresas que fueron saqueadas decidieron no volver a abrir, dejando sin empleo a cientos de personas. La economía de Acapulco se sostiene en gran medida por el turismo y los servicios, pero cada negocio que cierra es un golpe más a la estabilidad del puerto. Por eso, es crucial que la ciudadanía tome conciencia del daño que causan estos actos. No solo se pierde mercancía; se pierden empleos, y con ellos, la oportunidad de muchas familias de salir adelante.
El gobierno también tiene una gran responsabilidad en esto. Las autoridades deben garantizar la seguridad de las industrias y comercios, protegiéndolos de la delincuencia organizada que aprovecha estos momentos de crisis para extorsionar y robar sin consecuencias. Es vital que los gobiernos locales, estatales y federales trabajen juntos para asegurar que los negocios puedan operar sin miedo, especialmente en situaciones de desastre. Si no hay confianza en que las autoridades pueden mantener el orden, cada tormenta será vista no solo como un desastre natural, sino como el preludio de un nuevo caos.
Pero no todo depende del gobierno y las empresas. Los ciudadanos también debemos tomar medidas de autocuidado. No podemos seguir ignorando los peligros de vivir en zonas vulnerables a los desastres naturales. Es esencial entender que lo más valioso es nuestra vida y la de nuestros seres queridos, no las cosas materiales que podamos acumular. En lugar de construir en áreas de alto riesgo, debemos buscar alternativas más seguras y exigir planes de desarrollo urbano que tomen en cuenta la seguridad de todos.
Además, debemos recordar que fenómenos tan devastadores como Otis no son solo caprichos del clima; son consecuencias de nuestras acciones. El cambio climático, impulsado por la contaminación, la deforestación y la mala gestión de recursos, está detrás del aumento de estos eventos extremos. Cada vez que tiramos basura en la calle, quemamos desechos o desperdiciamos agua, estamos contribuyendo a que futuros huracanes sean más frecuentes y peligrosos.
Es fácil caer en la desesperanza y pensar que no hay solución, que estamos condenados a repetir los mismos errores. Pero también es una oportunidad para aprender y cambiar. Si bien Otis dejó una marca de destrucción, también dejó una lección sobre la fragilidad de nuestra sociedad y la urgencia de actuar de manera responsable. No podemos evitar que vengan más huracanes, pero sí podemos prepararnos mejor, cuidarnos unos a otros y proteger nuestro entorno.
La pregunta es si seremos capaces de aprender de lo vivido. A casi un año de Otis, tenemos la oportunidad de reflexionar y tomar acciones concretas para no volver a vivir el caos y la anarquía que nos dejaron sin rumbo. Si todos hacemos nuestra parte, quizás podamos dejar a las futuras generaciones un Acapulco más seguro, más fuerte y más preparado para enfrentar los desafíos que vengan.