Ser mexicano hoy: entre el orgullo y la realidad de una nación dividida

La violencia, la corrupción, la pobreza y la falta de oportunidades no distinguen entre «buenos» y «malos». 

Por Miguel Ángel Millán

* Miguel Ángel Millán es interventor educativo con discapacidad y asesor en tecnología adaptada.


Septiembre es el mes del orgullo mexicano, el mes en que sacamos a relucir nuestra bandera, los colores verde, blanco y rojo, y celebramos con fervor la independencia de un país que hace más de dos siglos luchó por liberarse de la opresión. En todo México, las plazas públicas se llenan de música, comida y fuegos artificiales. Pero detrás de esta celebración, también es necesario hacer una pausa y reflexionar sobre lo que realmente significa ser mexicano en la actualidad, más allá de las fiestas patrias.

Una de las actitudes que ha moldeado la forma en que nos enfrentamos a la vida en México es el famoso «chingonismo». Este término, aunque a veces parece representar fortaleza y valentía, también esconde una actitud egoísta y poco solidaria. El «chingonismo» en su versión más dañina implica que uno solo se preocupa por sus propios intereses, sin importar las consecuencias para los demás. Es una cultura que nos enseña a «salir adelante a cualquier costo», y en muchos casos, este costo es la indiferencia hacia los problemas sociales que nos rodean.

Esta mentalidad individualista se refleja en las decisiones cotidianas. Desde los altos niveles de corrupción en la política hasta la falta de empatía en situaciones de injusticia social, parece que el mensaje implícito es siempre el mismo: primero pienso en mí, y después en mí. Esta visión no solo afecta nuestras interacciones personales, sino también la forma en que tratamos de resolver los problemas más profundos del país.

Y hablando de problemas profundos, celebrar la independencia de México en un país que está, en muchos sentidos, secuestrado por el crimen organizado es un acto de contradicción. En algunas regiones del país, las fiestas patrias simplemente no se pudieron llevar a cabo. La inseguridad es tal que las plazas públicas, que solían ser un punto de reunión y celebración, hoy son zonas de peligro. El miedo a los enfrentamientos y la violencia nos han arrebatado no solo la tranquilidad, sino también el derecho a disfrutar de nuestras tradiciones. Celebramos una independencia que cada vez parece más lejana, mientras el poder del narcotráfico y el crimen organizado nos recuerda que aún vivimos bajo el control de fuerzas que no podemos dominar.

Pero el problema no termina ahí. En la actualidad, una de las cuestiones más preocupantes es la profunda división social que se ha generado a partir de las ideologías políticas. El gobierno en turno ha sido hábil para dividir a la población en dos grandes grupos: «el pueblo bueno y sabio», compuesto por quienes apoyan su proyecto, y los «clasemedieros aspiracionistas», aquellos que no simpatizan con sus políticas. Esta división, más allá de lo político, ha generado un ambiente de desconfianza y resentimiento entre los mismos mexicanos. Nos estamos olvidando de que, al final del día, todos vivimos en el mismo país y compartimos los mismos problemas.

Este discurso polarizador ha profundizado la falta de empatía en nuestra sociedad. Nos han enseñado a ver al otro no como un compatriota, sino como un adversario. En lugar de unirnos para enfrentar los retos comunes, nos hemos fragmentado en bandos opuestos, incapaces de ponernos de acuerdo en cuestiones básicas que afectan a todos. La violencia, la corrupción, la pobreza y la falta de oportunidades no distinguen entre «buenos» y «malos». Son problemas que nos afectan a todos, pero que no hemos sabido enfrentar juntos debido a estas divisiones.

Sin embargo, no todo está perdido. Como mexicanos, tenemos muchas razones para sentirnos orgullosos: nuestra cultura, nuestra historia de lucha, nuestras tradiciones y, sobre todo, nuestra capacidad de resistencia. A pesar de los obstáculos, el pueblo mexicano ha demostrado una y otra vez que tiene la fortaleza para salir adelante. Pero es importante recordar que esta fortaleza no debe basarse en el egoísmo ni en la división. Ser mexicano debe significar algo más que solo mirar por uno mismo; debe implicar un compromiso con el bienestar colectivo.

Es cierto que hay muchas cosas de las que estar orgullosos, pero también hay muchas otras que debemos reconocer y cambiar. No podemos seguir celebrando nuestra independencia mientras estamos atrapados en una realidad de violencia y desigualdad. No podemos seguir dividiéndonos cuando lo que más necesitamos es unirnos. Si realmente queremos honrar lo que significa ser mexicano, debemos comenzar por cambiar la forma en que nos relacionamos con los demás, dejando atrás el «chingonismo» y abrazando una visión de solidaridad y empatía.

Solo así, en lugar de seguir perpetuando lo negativo, podremos construir un país del cual verdaderamente todos podamos estar orgullosos.

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